Un pequeño texto que escribí en memoria de La Catarina....
Que diferente era el mundo hace dos años. Kapuscinski seguía vivo, continuando su idea de que los cínicos no sirven para este, el oficio periodístico; Carmen Aristegui seguía saliendo todos los días al aire en su programa de radio, dando seguimiento a tantos casos que otros medios pasaban de largo. También hace dos años yo era estudiante en la UDLA, y con mis compañeros era parte del periódico estudiantil La Catarina, ese taller periodístico en el que aprendimos tanto, no sólo del periodismo si no de la vida, ese taller que por mucho tiempo fue una voz que se alzaba en esa universidad en busca de respuesta a los acontecimientos que se daban dentro de la misma. Para bien o para mal, estábamos ahí, informando. Hace dos años fue el comienzo del fin.
Para los que formamos ese grupo, esa noche del 17 de enero sigue grabada en nuestras mentes, es una de esas huellas que el tiempo no puede borrar, porque fue la primera vez que sentimos en carne propia las penurias de este oficio, fue la vez que vimos la realidad que hace a México un país en el que el periodismo es una profesión de alto riesgo. Esa fue la noche en que fuimos desalojados de las oficinas de nuestro periódico, nuestra segunda casa, pero más allá de la acción física, lo que nos impactó fue la intensión de callar una voz que buscaba informar.
Si bien a las pocas semanas recuperamos la publicación, las cosas no volvieron a ser las mismas; nosotros regresamos a nuestra labor con todas las intenciones de continuar trabajando en esto que amamos, pero las circunstancias dentro de la universidad llegaron a un punto en el que la gente tenía miedo, miedo de que cualquier palabra que dijeran pudiera traerles consecuencias; más que una universidad, parecía un gobierno totalitario, una dictadura donde se imponen las versiones oficiales como la verdad. Pero ahí seguíamos. Hasta ese verano en el que una vez más nos pusieron obstáculos para ejercer y, finalmente, nos arrebataron el pobre cadáver de la publicación, la cual continúa saliendo cada semana como un zombie sin alma, sin cerebro y, sobretodo, sin corazón.
A las fuerzas hemos aprendido que esa no es la publicación que amamos. A las fuerzas hemos aprendido a, si bien no olvidar, ya no dejar que los recuerdos de esos meses nos afecten, pero no podemos negar que, al recordar uno no puede dejar de sentir esa impotencia, esa ira de saber que esa primera lucha fue perdida, aunque nos cueste aceptarlo.
Hace dos años el mundo era diferente. Existía este pequeño grupo de estudiantes en la UDLA llenos de ideales, llenos de esperanza de que se puede hacer algo puro en este mundo. Este grupo sigue, ahora disperso por diferentes partes, con los mismos ideales, pero con la diferencia de que ahora, después de esa prueba de la realidad, saben que la lucha por sus ideas es un poco más difícil, y que, como bien pusieron los Enanitos Verdes, “hay que correr el riesgo de levantarse y seguir cayendo”
Para los que formamos ese grupo, esa noche del 17 de enero sigue grabada en nuestras mentes, es una de esas huellas que el tiempo no puede borrar, porque fue la primera vez que sentimos en carne propia las penurias de este oficio, fue la vez que vimos la realidad que hace a México un país en el que el periodismo es una profesión de alto riesgo. Esa fue la noche en que fuimos desalojados de las oficinas de nuestro periódico, nuestra segunda casa, pero más allá de la acción física, lo que nos impactó fue la intensión de callar una voz que buscaba informar.
Si bien a las pocas semanas recuperamos la publicación, las cosas no volvieron a ser las mismas; nosotros regresamos a nuestra labor con todas las intenciones de continuar trabajando en esto que amamos, pero las circunstancias dentro de la universidad llegaron a un punto en el que la gente tenía miedo, miedo de que cualquier palabra que dijeran pudiera traerles consecuencias; más que una universidad, parecía un gobierno totalitario, una dictadura donde se imponen las versiones oficiales como la verdad. Pero ahí seguíamos. Hasta ese verano en el que una vez más nos pusieron obstáculos para ejercer y, finalmente, nos arrebataron el pobre cadáver de la publicación, la cual continúa saliendo cada semana como un zombie sin alma, sin cerebro y, sobretodo, sin corazón.
A las fuerzas hemos aprendido que esa no es la publicación que amamos. A las fuerzas hemos aprendido a, si bien no olvidar, ya no dejar que los recuerdos de esos meses nos afecten, pero no podemos negar que, al recordar uno no puede dejar de sentir esa impotencia, esa ira de saber que esa primera lucha fue perdida, aunque nos cueste aceptarlo.
Hace dos años el mundo era diferente. Existía este pequeño grupo de estudiantes en la UDLA llenos de ideales, llenos de esperanza de que se puede hacer algo puro en este mundo. Este grupo sigue, ahora disperso por diferentes partes, con los mismos ideales, pero con la diferencia de que ahora, después de esa prueba de la realidad, saben que la lucha por sus ideas es un poco más difícil, y que, como bien pusieron los Enanitos Verdes, “hay que correr el riesgo de levantarse y seguir cayendo”
1 comment:
Siempre he sido malo para las fechas, pero tu post me hizo revivir esos momentos.
Qué rápido pasa el tiempo, por un lado, y qué difícil ha sido para la Universidad reparar uno de sus peores errores. Hoy, dos años después, oficialmente no pasó nada.
Hasta cuándo?
Saludos,
Javier Vega
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